La suya es considerada una de las primeras obras de
crítica social: corría el año 1857, y “Des
glaneuses” (Las Espigadoras) escandalizaba a la burguesía reclamándoles la
humanidad ignorada, con la dignidad de los campesinos equiparándose a la de
nobles, dioses o héroes, considerados bellos e inspiradores de virtudes.
Fue su primera obra maestra: Millet la pintó en un
lienzo “grande”, que para los estándares de la época era un tamaño normalmente
reservado para los grandes temas como la religión o la mitología, exacerbando
la incomodidad de su audiencia de clase
alta: para humillarlo, la pintura terminó vendiéndose a un valor mucho
menor que el precio mínimo que el autor propuso.
De allí en más, y por el resto de su vida, el artista,
con sus manos agrietadas por la marginalidad y el hambre crónico, pintará como protesta, trazando pinceladas
de esperanza: curtido el también desde niño en la ardua labor del
campesino, reflejaría en sus pinturas la realidad de la vida del trabajador
humilde.
Con
su sensibilidad y talento, arrojó una luz inesperada sobre los miembros
desfavorecidos de la sociedad. Era casi previsible que a los burgueses parisinos no
les gustase la obra de Millet: uno de los oprimidos pintaba denunciando la
realidad de los suyos.
El reconocimiento solo llegaría tiempo después de su
muerte, cuando finalmente los nuevos vientos de igualdad, fraternidad y
libertad reivindicarían su lucha por una sociedad más justa.
Las espigadoras que inmortalizó Millet eran mujeres pobres que estaban autorizadas por
el capataz a pasar rápidamente, antes de que se ponga el sol, por los campos
cosechados para recoger una por una las espigas de trigo olvidadas, un
trabajo duro y rudimentario para el cual sólo contaban con sus propias manos.
La escena representa la difícil realidad de la
sociedad rural de la época donde los pobres sólo disponían del grano sobrante: el
fondo de la escena nos muestra la gran cosecha, ordenada y abundante, iluminada
por los últimos rayos de sol del atardecer.
En contraste, la rudeza de las manos de las mujeres
que intentan atrapar los diminutos ramilletes de trigo solo nos transmiten
esfuerzo y miseria.
Los necesitados, adelante, ineludibles.
La abundancia, el privilegio, al fondo, difuso,
inalcanzable.
Esta semana la Torá nos empuja a ser conscientes de
ellos, los que están en los márgenes: "Cuando sieguen la cosecha de su
tierra, no cortaras [hasta] la esquina de tu campo, cortando [completamente], y
no recogerás la espiga caída de tu cosecha (…) Para el pobre y el prosélito las
dejaras". (Lev.19:9-10).
Este hermoso mandamiento se llama peah, que significa
“esquina”. El que está recogiendo su cosecha deja una parte para que la recojan
los pobres.* Esta mitzvá se desarrolla en una hermosa forma narrativa en el
Libro de Rut, que se lee en la próxima festividad de Shavuot. Pero Rut es la
excepción; es rescatada de su estado de indigencia por Boaz, el dueño del campo
donde juntaba espigas, quien se casa con ella.
¿Qué hay de todos aquellos que a lo largo de las
generaciones se quedaron como espigadores, cuya supervivencia dependía del
trabajo diario de recoger las sobras de otras personas?
¿Y quiénes son hoy los espigadores? ¿Somos lo
suficientemente valientes como para preguntarnos si las sobras son realmente
suficientes? ¿Y quién como Millet, se asegura hoy que los privilegiados de
nuestro tiempo vean a la cara a los espigadores?
Esta semana que leemos dos porciones del libro de
Levítico, está el famoso Capítulo 19. Este capítulo se destaca del resto de
nuestra doble parashá, de hecho, del resto del libro de Levítico, porque
presenta en una oración concisa la responsabilidad general de un judío en este
mundo: “kedoshim tihiú, ki kadosh Ani
Adonai Eloheijem”. Sean santos, porque Yo, el Señor tu D-s, soy santo. (Lev.19:2).
Tan importantes es este versículo que incluso le da un
carácter especial a este capítulo. Muchas
de las instrucciones establecidas en el Capítulo 19, si se observaran,
producirían una sociedad de estándares muy altos: Respeta a tus padres; deja
parte de tu cosecha para el pobre y el extranjero; no robar, malversar o
mentir; no oprimas a tu prójimo; no retrases el pago a sus empleados; no
maldigas al sordo ni hagas tropezar al ciego; no perviertas la justicia; no
hagas chismes ni agravios, no te vengues ni guardes rencor; respeta a tus
mayores y protege al extranjero; no hagas trampa en los negocios; y, en la
mitad del capítulo, el desafío resonante y casi imposible de amar a tu prójimo
como a ti mismo.
El precepto fundamental de todo judío, independientemente
de su posición social o circunstancia económica, es santificar tanto el tiempo
como el espacio: cada brajá (bendición) tiene el propósito de convertir un acto
ordinario en sagrado, desde comer pan hasta reconocer el dolor y la alegría.
Es aportar una
perspectiva diferente, es alzar la voz ante la injusticia y reconocerse
heredero de un paradigma ético: ser judío es ser depositario de la Tora como
voz moral, inconformistas, impulsando el cambio, soñando y trabajando para
hacer realidad hoy lo que aún no existe…
Muchas veces, el desafío es ir “neged hazerem”: contra
la corriente, aunque seamos los únicos.
El camino es por ahí.
Shabat Shalom umeboraj!
Seba Cabrera Koch
8 Iyar 5783 / 28 de Abril de 2023.
Notas
* Hay dos partes en esta mitzvá (mandamiento): una es
dejar parte del grano o producto tal como está para que lo recojan los pobres,
y la siguiente parte es dejar algo en el suelo, después de que se haya caído, y
no volver para recogerlo.
Fuentes consultadas
-Andelman J. “Leftover Scraps”. Comentario parasha
Ajarei mot Kedoshim © 2017 JTS.
-“Des glaneuses”. 2023
© Public establishment of the Orsay and Orangerie museums.
-Levítico 19:9-10, traducción de Aryeh Coffman: “Tora
con Rashi: Tomo Vaikra / Levítico”. Ed. Jerusalén. 2001. Pág. 327-328.
-Loevinger N. “Reaching Out To Those In Need”. ©
2002-2023 My Jewish Learning.
-Rut, capitulo 2 y siguientes.
Imagen: “Des glaneuses”. Jean-François Millet, 1857. Wikimedia
Commons.
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